Sentir el dolor del frío viento golpeando la cara,
las manos, las piernas, el pecho.
Sentir el roce violento del agua chocando contra tus ojos.
Sentir, en ese momento, en ese preciso momento,
que eres humano. Y gritar que eres feliz.
Sentir que tu vida depende de tu humanidad,
de tus sentidos, de tus ganas de vivir,
de tus ansias de volver a tener, frente a frente, la belleza.
Sentir que la vida ha vuelto.
Volar pegado al suelo, a lo real, a lo necesario, a la sonrisa.
Sentir la paz después de la tensión,
notar como se abren tus pulmones.
Sentir como transita una lágrima por tu cara
al igual que tu ruedas por la carretera,
en ese momento, en ese preciso momento
y a esa velocidad en la que todo lo que te rodea
te llena de sensaciones reales,
de sentimientos reales.
Sin pensar, sólo disfrutando, sólo sintiendo, sólo percibiendo.
Sentirse humano, después de sentirse un dios,
ser un dios y un ser humano,
en el mismo momento, en ese momento irrepetible
en el que la vida te ha pagado la deuda que tenía contigo.
JuanTor
(con permiso de la dueña del texto. Muchas gracias)