Los edificios comienzan a vislumbrarse a lo lejos.
Esboza una sonrisa al comprobar el día de la semana que es y piensa “¡Queda poco!”
Más luces y más ruidos le sacan por un instante de sus imaginarios mundos oníricos.
El paseo diario se está haciendo largo. Está cerca de la cueva de la quinta planta.
Ríe y se imagina la cueva llena de ovejas, por supuesto, disfrazadas de humanos, deambulando por los pasillos tristes y deshumanizados.
Las luces del día se mezclan con las de las farolas. Hay nubes, tal vez lluvia.
Cuidadosa y rutinariamente, deposita, que no aparca, cerca de la acera el vehículo que le ha transportado a través del espacio y del tiempo hasta la rutina. Lo hace lentamente como queriendo retrasar el momento. Al mismo tiempo que el vehículo, se paran los pensamientos y el tiempo avanza despacio, como si en la cueva funcionara otro sistema de medición, es un microcosmos. Hay un silencio desagradable, inhumano, como si entrara en un tanatorio. Le viene a la cabeza la película “1984” basada en la obra de Orwell. Un escalofrío desagradable le recorre el cogote y abre la pesada puerta blanca de la cueva. Apenas hay nadie y el ruido de la máquina de café abre la trampilla de la infelicidad.
Aprieta sin ganas el botón rojo y el sonido estridente al llegar al suelo confirma la pesadilla. Está donde no es feliz.
En el breve trayecto de subida hacia las alturas, le viene a la cabeza el Principio Fuerte o Supuesto de la Felicidad de aquel filósofo de apellido bondadoso: los hombres quieren ser felices, luego aquellos que no son felices no son hombres. ¿Qué serán entonces? ¿Inhumanos, infelices o enfermos? ¿Serán ovejas metidas en la cueva de la quinta planta? ¿Si el ascensor subiera más despacio sería menos infeliz?
La llegada a los 4500 minutos de rutina cadenciosa, le genera una infelicidad que le hace plantearse si es un hombre, o es una de las ovejas de la quinta planta que dejan sus sombreros de humanos en el pechero a la entrada de la cueva ¿La felicidad sólo depende del espacio donde se esté? Si es feliz fuera de la cueva, ¿por qué se siente oveja dentro de la cueva?
Recorre despacio los pasillos vacíos y oscuros a estas horas, como no queriendo llegar nunca a su destino. Enciende luces y apaga aires acondicionados, enciende infelicidades y apaga sueños.
Comienza lamentablemente el tedio rutinario.
Se sienta en la silla, mira al frente, es la infelicidad de una tarde de domingo en Ipanema.