De cómo me estrené en los viajes largos en moto
(Escrito y publicado en "Sportster Heads Magazine Especial Conmemorativo #1)
Cuando Teche (a.k.a. Daniel Durán) dijo en Facebook el año pasado: "me voy a Asturias, ¿alguien se viene?", las dudas me asaltaron el tiempo que tardó en llegar la última letra de la frase, al lugar del cerebro donde se procesan las palabras. En ese momento respondí: "yo me apunto". En el segundo inmediatamente posterior, pensé que dónde coño iría yo con un tipo al que apenas conocía, en una moto ingobernable que iría cargada hasta más no poder, sin experiencia en viajes largos en moto, sin los bártulos necesarios para llevar los trastos de acampada…. ¿Me había precipitado a la hora de responder? En aquel momento no lo sabía, pero a lo hecho pecho, por listo.
Enseguida me puse a preparar el viaje y faltaban meses, debido a esa ilusión que te provocan las situaciones nuevas. Rebusqué en todos los armarios de mi casa buscando la solución a mis problemas de transporte: mochilas, tiendas de campaña, sacos de dormir, pulpos, redes, alforjas, cinchas… Había de todo y como es natural en mi, muchas de ellas por duplicado y por triplicado. Esto me suponía un problema añadido ¿cuáles eran las cosas más convenientes?
Las dudas volvieron a invadirme ante el agobio que empezaba a sacudir mi cerebro. Ya está, la solución está donde están todas las soluciones, en San Google. Y allí que me fui. Pero es mentira, allí no están las soluciones a todos los problemas, bueno, al mio, no. Así que dejé de calentarme la cabeza, joder todavía quedaba tiempo para irnos y ya estaba agobiado con el viaje.
Lo cierto es que cuando se viaja en coche todos esos problemas desaparecen, tienes sitio para todo y para más. Viéndolo desde una perspectiva posterior, el coche, comparado con la moto, te parece un tráiler de 18 metros de largo en el que puedes meter de todo.
El momento de la marcha se acerca. Es hora de ponerse a ello de verdad. Mi tienda de campaña habitual es casi tan larga como la moto y pesa demasiado. Busco y rebusco y encuentro una que puede estar bien para el caso. Alforjas, de cordura, no demasiado bonitas para una Sportster, pero prácticas al fin y al cabo. Vale, vale, lo sujeto todo al respaldo, que para eso está (la verdad que para su uso predeterminado, pocas veces ha servido). El saco de dormir debe ser pequeño, ok, ya lo tengo. Herramientas, seguro que lleva Teche, pensé. Había leído que lo mejor es meter la ropa en bolsas de plástico por si acaso llueve y, en Asturias no llueve, orbaya o jarrea, así que bolsas de plástico a granel (lo mejor, las bolsas de basura). Yo tan acostumbrado a mis adminículos, debía prescindir de ellos, pero ¿de cuáles? Con la cámara de fotos vale, el móvil y su cargador, seguro que en cualquier sitio hay un enchufe. Y así con todo, restringiendo al límite los excesos y llegando a los mínimos. De la ropa, eso que se dice que llevar la vieja y tirarla, pues no sé yo llevé la vieja y no tiré nada, pero vamos, va en gustos.
La ruta, la ruta… ni una maldita autovía o autopista debemos coger, por secundarias y nacionales es más divertida la aventura, eso decía Teche, yo, ni idea, era un neófito en esto de las rutas largas en moto. Bueno, pues a ello. Se diseña la ruta con esas premisas y, curiosamente, hay menos kilómetros que por las grandes vías. Siempre hay que dejar lugar a la improvisación y al cambio de ruta, ¿por qué? Porque sí, esa razón es tan válida como cualquier otra ¿o no?
Y así con estas llegó el mes de julio y con él las lluvias a Asturias, pero no había marcha atrás, alea jacta est. Primeros preparativos como si de un ensayo general se tratase. Todo queda perfecto en la moto, soy un grande. Relax.
Finales de mes, aquí en Madrid la climatología nos respeta. Quedamos temprano en la carretera, hacia el norte. A mi me viene bien, a Teche no tanto, pero al fin y al cabo hay que ir por este camino. Fiel a mis absurdas costumbres llego al punto de encuentro con bastante antelación. Llega mi compañero y emprendemos la marcha, pero hay que desayunar y a ello nos ponemos, es fundamental tener fuerzas para llevar una Sportster cargada. Y por fin, on the road.
Siento nervios, es mi primera vez y empiezo a disfrutar. Voy delante ya que yo preparé la ruta. Parada para repostaje, descanso de posaderas, lumbares y una meadita, of course. Y así unas cuantas más.
Empiezo a darle la razón a mi compañero de fatigas moteras, las secundarias y nacionales son más divertidas, se disfruta más de la carretera, vas más despacio, eso sí, pero eso ya es una aliciente más para disfrutar. Poco a poco el peso de la moto se va haciendo más liviano y deja de ser una carga.
Hay que comer ligero, fundamental. Pero en los 2 sentidos de la palabra “ligero”: poco y rápido, pero no demasiado. La carretera nos espera de nuevo. Se aprovecha para intercambiar opiniones ya que en marcha no se puede hablar, evidentemente, aunque es imprescindible comunicarse por otros medios, sobre todo con gestos (al final, casi cualquier gesto de tu compañero de ruta es entendido). Cambiamos la ruta mirando un mapa, “esa carretera tiene que molar seguro, tiene mogollón de curvas”. Acertamos de pleno. La carretera virada y revirada, entre montañas y valles, vacas y anfibios.
El camino es largo, a veces piensas que demasiado largo. Por momentos, cuando Teche va delante en su moto y los observo, tengo la impresión de ser Sancho Panza, mi moto bajita y con alforjas, la suya más alta y espigada. Me descojono, pero el camino es largo y te da por pensar de todo.
Castilla-León, Cantabria. Carreteras que incitan a no correr, a relajarte, a contemplar el entorno. El cielo amenaza con no dejar que lleguemos secos a la costa, nos da igual.
Y por fin Asturias.
Llegamos al final de nuestra ruta. Nuestro primer viaje a Asturias.
Y por cierto, no me equivoqué cuando me apunté rápidamente a esta aventura: la compañía resultó perfecta, la moto ingobernable fue dominada enseguida, tanto que ya la hemos repetido 2 veces y habrá más.
Y no debemos olvidar que el destino es el propio viaje y así debemos planteárnoslo.